El presidente Santiago Peña demostró su compromiso con el pueblo israelí en momentos de turbulencias políticas
El acto ya era emotivo: después de seis años, Israel volvía a abrir las puertas de su embajada en Asunción. El presidente Peña se hizo presente esa significativa jornada para coronar la tarde con un anuncio: este diciembre, la embajada paraguaya en Israel volverá a su lugar en Jerusalén. Aunque la idea ya había circulado como promesa durante la campaña, su oficialización, especialmente en el contexto actual, tiene un valor único.
Esta decisión de Peña trasciende el plano diplomático. Es un reflejo de la amistad sólida entre Paraguay e Israel, una relación sostenida por valores compartidos y una visión común. A lo largo de los años, esta alianza se ha traducido en proyectos de cooperación económica, transferencia de conocimientos en agricultura, tecnología y seguridad, y esfuerzos conjuntos para impulsar el desarrollo y la innovación.
El gesto adquiere aún mayor relevancia en el escenario global actual. En el último año, la guerra contra Hamás ha colocado a Israel en el centro de críticas y cuestionamientos, algunos legítimos, pero otros marcados por prejuicios y declaraciones abiertamente antisemitas que han surgido incluso desde las altas esferas de gobiernos en la región. En este panorama, el liderazgo del presidente Peña se erige como un faro de esperanza, que reconoce que la coexistencia y el entendimiento no se construyen negando la historia ni demonizando al otro, sino a través del respeto mutuo y la reafirmación de valores universales.
Más allá de las fronteras de Paraguay, esta medida envía un mensaje inequívoco al mundo: el respeto por la soberanía de Israel y por Jerusalén como capital histórica y espiritual del pueblo judío sigue siendo un principio firme e innegociable. Es un gesto que fortalece los lazos entre las naciones y reafirma que los valores de justicia, verdad y convivencia tienen un lugar central en el escenario internacional.
Con esta decisión, Paraguay se suma a quienes entienden que Jerusalén no es solo un punto geográfico, sino un símbolo de memoria, identidad y esperanza para el pueblo judío. Un gesto que, en tiempos de divisiones, inspira a mirar hacia un futuro de diálogo y unidad.
* Claudio Epelman es director ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano