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No hay conejo, no hay galera

Milei empieza a quedarse sin ideas, mientras enfrenta una crisis económica, política y de gabinete.

El gobierno de Milei se desliza a una encerrona propia de los gobiernos argentinos. No tan distintos. El golpeteo sobre el frente financiero revela las primeras señales de una fiebre que ya conocemos. ¿Pero cómo, no era que si había superávit se terminaban todos los problemas y un sol radiante asomaba para la Argentina? Es el problema de las religiones, posponen el confort para un futuro imposible de verificar.

Mientras esperamos el renacimiento de la Argentina potencia mundial, acá más cerca, la economía se destruye a niveles de pandemia. Históricos. El salario se pulveriza y las noticias de despidos masivos en tal o cual empresa empiezan a ser parte del paisaje cotidiano.

Milei responde a la falta de ideas de su gobierno, que repite monocorde la gesta del ajuste más grande de la historia mundial, con más panic show. El espectáculo de un Presidente desbordándose en el ejercicio de la Presidencia. Un presidente que se autopercibe líder mundial, mientras las crónicas del mundo lo retratan con la crudeza que sus interlocutores locales evitan. Porque hay que contenerlo.

Un gobierno que gira en el vacío político y pierde seis meses en aprobar una ley deshidratada. «La ley de bases paso de ómnibus a van y de van de pasajeros a van de carga con las modificaciones», retrata uno de esos empresarios que están hartos de ir a encuentros de empresarios con Milei, para tener que bancarse un stand up de 40 minutos y no poder hablar nada de lo que importa. Lo mismo le sucede a gobernadores, diputados y senadores. Tener conversaciones serias con gente con poder es una parte importante de ser presidente. No todo es panic show.

Un gabinete que demasiado rápido, demasiado casta, entró en la antropofagia por los negocios y el poder. Un jefe de Gabinete que queda al borde de la decapitación, junto al responsable de los servicios de inteligencia y el encargado de administrar todas las empresas del Estado, sin ninguna explicación publicable. Que se entienda, no hubo ningún hecho político visible que detone la caída de Posse. Es pura interna de poder, mal administrada, con Karina Milei y Santiago Caputo.

Un gobierno que gira en el vacío político y pierde seis meses en aprobar una ley deshidratada. Un gabinete que demasiado rápido, demasiado casta, entró en la antropofagia por los negocios y el poder.

Tenemos entonces frente financiero, economía real, política y gabinete complicados. Nada para asustarse, le pasa a todos. El problema es que Milei parece haberse quedado sin ideas. Es el inconveniente de cultivar en exceso el copy paste, se pierde la costumbre de pensar. No hay conejo, no hay galera. No hay plan, hay cepo. Hasta la utopía de la dolarización quedó enterrada en el cajón al que la mandó la amenaza de China de cobrar el swap.

No la ves, la Escuela de Chicago dice que hay que desmontar el Estado desde adentro, liberar precios, privatizar, desregular y equilibrar el presupuesto. Bueno, salvado la enorme distancia que ninguno de nuestros Chicago Boys estudió en la Escuela de Chicago, digamos, o sea, el problema es que el programa que proclaman no está ocurriendo en tiempo y forma. «El tiempo es clave en el ejercicio del poder, en la gobernabilidad», dice Pichetto.

Ese tiempo muerto Milei lo cubre con peleas inventadas y autoelogios cada vez más delirantes. Ahora Toto Caputo es un «rockstar». Aha, pensamos que estaba ahí para acomodar la economía. Pero no, el gobierno está mutando: a la supuesta elite liberal le crecieron camperas de cuero y ahora es una banda de supuesto hard metal, que tiene que abrir las puertas de Luna, porque el estadio estaba por la mitad, igual que la Plaza San Martín de Córdoba.

Pero la urgencia de una crisis que avanza mientras la proclamada recuperación en V se convierte en un mal chiste, se percibe en el giro de Milei que pasó del no hay plata a prometer rebajas masivas de impuestos, cuando se pueda, claro. Un dato apenas: si elimina el impuesto país desaparece el sacrosanto superávit. Y mejor no hablemos de retenciones. Pero claro, a la prensa amiga le gusta repetir promesas sin cuestionar. Se llama oficialismo.

Los gobernadores mientras tanto hacen de cuenta que están viendo una obra maestra de Kandinski, un cuadro de belleza matemática que con mucho coraje va acomodando todas las piezas. Pero en el medio se funden con la misma rítmica acompasada. Misiones son todas.

Y la única apuesta real es el RIGI, como si ya no nos hubiéramos dado cuenta que lo que le sobra a la Argentina son leyes salvadoras.

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